.. Como aquél velero que había temido navegar por tanto tiempo, dañado por una iracunda tempestad.
A veces sólo pienso que todo sucedió de pronto y temo perderlo tan rápido como llegó; siento que estoy embarcada en una aventura extraña y bizarra de esas de Julio Verne. Sin embargo, la aventura ésta me hace feliz, así que he decidido embriagarme y dejarme arrastrar. Puedo tranquilamente, perderme en el ancho mar de sus brazos y soñar, soñar despierta. Lo mejor de mi vida a su lado es el mundo que me pinta cuando estoy así, despierta; cuando lo veo, cuando lo siento y no estoy soñando. Llegó como vendaval a mi vida, de una forma intempestiva, arrebatadora, grosera… y así se ha quedado: él es genial. Me trata y me mira como si en este mundo no hubiera nadie más merecedora de su mirada, esa mirada que hace que pierda la noción del tiempo y del espacio; que nadie merece esa mirada, sólo yo.
Hay horas en el día en que no lo pienso, por ejemplo cuando trabajo o cuando estudio; esas horas me pasan factura, pues cuando vuelve a instalarse en mi mente, su recuerdo es tan claro que abruma: recuerdo la calidez de su abrazo, su olor, su mirada y es entonces cuando lo extraño de una manera monumental, obscena. Y muchas veces, como por arte de magia; aparece frente a mí, como si supiera que lo necesitaba o que mi dosis de él estuviera al límite de la reserva; y entonces, me mira, me abraza y me besa. De nuevo. Él me canta, me invita, me envuelve, me mantiene interesada, me sorprende y me besa tan tiernamente que me hace perder la noción de todo.
Me fascina verlo después de un largo día de trabajo; al bajar las escaleras me encuentro con su mirada tierna y apacible, con los brazos extendidos hacia mí y pienso ¿qué hice yo para merecerlo? Nada. No hice nada y llegó, no me costó ningún esfuerzo y a pesar de eso, está.
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