Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.
Roberto Bolaño es un arquitecto grandioso. Un arquitecto de historias, sí, pero un arquitecto maravilloso. Y escribo es porque no ha muerto, él seguirá vivo en su obra. Su obra póstuma, 2666, me dejó vacía, exhausta, acabada.

"Nuestro buen artesano escribe. Está ensimismado en aquello que va plasmado bien o mal en el papel. Su mujer, sin que lo sepa, lo observa. Efectivamente, es él quien escribe. Pero si su mujer tuviera una vista de rayos X se daría cuenta de que no asiste propiamente a un ejercicio de creación literaria sino más bien a una sesión de hipnotismo. En el interior del hombre que está sentado escribiendo no hay nada. Nada que sea él, quiero decir. Cuánto mejor haría ese pobre hombre dedicándose a la lectura. La lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura en cambio suele ser vacío. En las entrañas del hombre que escribe, no hay nada." 2666, pp. 983, Cuarta Edición.
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