Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.

         Roberto Bolaño es un arquitecto grandioso.  Un arquitecto de historias, sí, pero un arquitecto maravilloso. Y escribo es porque no ha muerto, él seguirá vivo en su obra. Su obra póstuma, 2666, me dejó vacía, exhausta, acabada. 
         No soy ninguna autoridad literaria para exponer una crítica sensata e imparcial. Me gusta Bolaño, su manera de escribir y sobre todo de describir la idea de la literatura, de los escritores, de la vanidad, de la fama, de una forma tan vasta, tan polifacética, tan suya; envuelve. Me tomó meses, acabar su "novela total", su obra maestra, me tomó también grandes esfuerzos para superar La Parte de los Crímenes sin tener pesadillas, largas apelaciones a mi paciencia y a mi voluntad. Este libro rojo de pasta dura me acompañó durante mucho tiempo. Hace apenas unos minutos, cerré 2666 por última vez y lo único que atiné a decir y hacer fue "me siento vacía" y derramar unas lágrimas. Gracias Roberto Bolaño, me has devuelto tantas cosas con este libro, pensamientos, ideas que mi mente ya no concebía, sentimientos, frustraciones. Es una pena que ya no estés aquí.

       "Nuestro buen artesano escribe. Está ensimismado en aquello que va plasmado bien o mal en el papel. Su mujer, sin que lo sepa, lo observa. Efectivamente, es él quien escribe. Pero si su mujer tuviera una vista de rayos X se daría cuenta de que no asiste propiamente a un ejercicio de creación literaria sino más bien a una sesión de hipnotismo. En el interior del hombre que está sentado escribiendo no hay nada. Nada que sea él, quiero decir. Cuánto mejor haría ese pobre hombre dedicándose a la lectura. La lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura en cambio suele ser vacío. En las entrañas del hombre que escribe, no hay nada." 2666, pp. 983, Cuarta Edición. 

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